El evolucionismo y la sopa

“El que solamente oye el mensaje, y no lo practica, es como el hombre que se mira la cara en un espejo: se ve a sí mismo, pero en cuanto da la vuelta se olvida de cómo es”. Santiago 1:23-24, versión Dios Habla Hoy online

En la actualidad hay quienes pretenden reinterpretar los eventos históricos según su ideología. Ya en el pasado, el nazismo y el socialismo, en toda su extensión, tenían la pretensión de reescribir la historia humana. Los nazis y los socialistas querían borrar la historia y reescribirla a su placer, montando una farsa histórica e ideológica. Pero ese intento revisionista de la historia se acabó cuando el nazismo fue vencido. Entonces, el mundo escuchó la célebre frase del general Patton: “No hay mentira que dure para siempre”.

Con los asertos del evolucionismo sucede algo similar. No podrán sobrevivir frente al peso de las evidencias.

El más reciente postulado que filtró el tamiz de la tecnología y de las pruebas de laboratorio fue la hipótesis de la famosa “sopa primitiva“. Según la teoría evolucionista, todas las formas de vida descienden de un antepasado común proveniente de la unión de un grupo de moléculas que llegaron posteriormente al océano primitivo, hace más o menos 4 mil millones de años. Y este modelo -que ya no se atreven a llamar teoría sino metáfora- se está hundiendo cada vez más.

Cualquier químico de la actualidad podría refutar la hipótesis de la sopa primitiva. Para comenzar, las aguas de los océanos causan la despolimerización de las moléculas, destruyéndolas en lugar de permitir que se ensamblen. Es decir, el agua de un océano sería el peor ambiente posible para el “surgimiento” de la vida.

Pero eso no es todo. ¿Qué deberían hacer los evolucionistas con los libros didácticos de Biología que presentan la sopa primitiva como el origen de la vida y prueba de la evolución? Para ser sinceros con ellos mismos, tendrían que reescribirlos, ¿no es así?

Las ideas de una sopa primitiva fueron interpretadas al pie de la letra por un estudiante de posgrado de la Universidad de Chicago, a principios de la década de 1950, llamado Stanley Miller (1930-2007). Junto a su profesor, Harold Urey (1893-1981), realizaron un experimento que reunía lo que creían ser los elementos presentes en la atmósfera primitiva. Ellos querían reproducir el surgimiento abiótico de la vida, según postulaba el evolucionismo en los libros de texto de aquella época. Y los resultados de su experimento fueron relativamente exitosos, al menos por un tiempo.

Pero en la década de 1960, varios geoquímicos concluyeron que el experimento no era válido, pues la composición de la atmósfera primitiva, dada los últimos descubrimientos, era completamente diferente.

Actualmente, el modelo de la sopa primitiva está en crisis, pues los geólogos advierten que es improbable que la Tierra haya tenido una atmósfera semejante a la actual.

Sin embargo, los dibujos de Miller aparecen en los libros de texto evolucionistas y los estudiantes siguen escuchando la hipótesis de la sopa primigenia o primordial.

Y más todavía. Existe cierto consenso entre los científicos evolucionistas de que los seres vivos surgieron de la combinación de algunos elementos químicos que produjeron los “ladrillos” de las sustancias orgánicas que los componen en la actualidad. Estos ingredientes serían la “sopa primordial”. El gran desafío es explicar y demostrar cómo ocurrió el surgimiento abiótico de la vida. Ninguno de estos científicos lo hace. Quizás porque las probabilidades de que haya sido así son extremadamente escasas.

Así más o menos lo explican actualmente los libros de texto evolucionistas: Esta forma de vida primitiva se habría aislado del ambiente, habría creado un metabolismo propio para el consumo de energía y su capacidad de reproducirse. Los investigadores del área se dividen entre los que creen que el metabolismo surgió antes y los que creen que la capacidad de replicación vino primero.

Pero, los creacionistas preguntan: ¿Cómo logró esa forma de vida primitiva crear un metabolismo propio? ¿Es que esa forma de vida primitiva -sea lo que haya sido- añadió de la nada información compleja al propio sistema que le permitió generar los intrincados mecanismos metabólicos de los que dependía, pero no lo sabía antes? ¿Y cómo podría replicarse sin metabolismo? ¿Y si no era capaz de replicarse, cómo pudo perpetuarse sin extinguirse?

No solo los creacionistas se preguntan estas cosas. Son preguntas válidas para cualquier científico. Y aún están sin respuesta. No hay nada concreto que la evolución postule para explicar el surgimiento abiótico de la vida.

Los científicos modernos ni siquiera se ponen de acuerdo en cuanto a las proporciones de ciertos elementos químicos del interior de las células de los seres vivos en general. Además, ¿la vida se reduce solamente a elementos químicos? A medida que la ciencia avanza, surgen más discrepancias entre la célula ultracompleja y las teorías milagrosas de un origen abiótico de la vida.

Es decir, la sopa primitiva, hasta ahora, es un intento fallido de la evolución por reescribir la historia científica. La ciencia se debe construir basada en evidencias.

Se ha demostrado que las células poseen una membrana selectiva que les permite aceptar la entrada de iones y compuestos que no estarían disponibles en cualquier medio líquido. Estos iones y compuestos estarían presentes exclusivamente en charcos de aguas termales o con géiseres. Por lo tanto, la conclusión de los evolucionistas es que ¡la célula “surgió” al lado de los géiseres! (como el de la imagen que ilustra nuestro artículo).

Sinceramente, hay que tener mucha imaginación y poca evidencia para creer en esta hipótesis. No me alcanza la fe que tengo para ser evolucionista. Sin embargo, ¿por cuánto tiempo más podrán los evolucionistas ocultar las evidencias que apuntan a Dios en la naturaleza? Porque cada se va demostrando que las mentiras del evolucionismo tienen las patas cortas, tan cortas que se tropiezan entre ellas mismas.